miércoles, 7 de marzo de 2012

El boom minero en América Latina y un nuevo dilema: ¿vale la pena el progreso?

Por: Graciela Mochkofsky | 06 de marzo de 2012


Nunca antes había interesado tanto (¿algo?) la geología. Ahora, para seguir la actualidad de América Latina, hay que saber qué es el coltán, qué la columbita o la tantalita, en qué país está el cobre, dónde el estaño y el zinc, de qué están hechas las rocas de Catamarca y las montañas de Cajamarca, a cuánto cotiza la tonelada de bauxita. 

En parte, hay que agradecérselo a China y a su hambre insaciable de acero (consume el 46 por ciento de la producción mundial), de cobre (el 40%), de carbón (el 50%), provocado por su industrialización acelerada, que ha derivado en una escalada de precios y en el actual “boom" minero.
Este auge es mundial y puede cambiar la suerte de países enteros. A América Latina, una de las regiones más ricas en minerales del planeta, le corresponde el 30 por ciento de la inversión internacional en exploración minera, según el Banco Mundial.

Desde México hasta la Patagonia, decenas de megaproyectos mineros están en marcha. O lo estaban: una ola de protestas de una cantidad creciente de defensores del medioambiente ha logrado postergarlos; en algunos casos, cancelarlos (así ocurrió en Perú, en Costa Rica, en Colombia, en Argentina). Según el Observatorio de Conflictos Mineros de América Latina, hay hoy más de 155 conflictos por proyectos mineros en el continente. (Aquí, un buen mapa).

Gran parte de estos conflictos, como los del resto del mundo (aquí, una interesante historia sobre lo que ocurre en Mongolia, que, según la revista The Economistestaría a punto de ser “arrancada y vendida a China” para pagar sus sueños de riqueza), contienen una misma contradicción: la que media entre la única chance de prosperidad de determinadas comunidades y la amenaza de que, por tomarla, se provoque la destrucción de su medioambiente (desaparición de bosques, contaminación de ríos y napas, envenenamiento de animales, etcétera).

El tema es tan relevante en la agenda pública que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, de Argentina, donde hay 24 conflictos activos (según el Observatorio), debió incluirlo en su discurso de inauguración de las sesiones legislativas, la semana pasada. Fernández de Kirchner, como otros líderes de la región, ofreció una solución intermedia: "Es muy lindo cuidar a la flora y la fauna, pero primero hay que cuidar a la especie humana, que tenga trabajo, que tenga agua, que tenga casa. (…) Hay también que exigirles a las empresas el cuidado ambiental y la reinversión de las utilidades en las propias comunidades".
El problema es más complejo de lo
 que muestra la mayoría de la prensa, porque tiene muchas más aristas que las ya mencionadas y no se reduce a la sospechada corrupción de los alcaldes, legisladores, gobernadores o incluso presidentes que deben lidiar con compañías mineras de una escala que supera a sus países. En muchos casos, la resistencia equivale al rechazo de la idea de progreso.Provincias como La Rioja, en Argentina, o Catamarca, o San Juan, apenas si tienen más riqueza que sus minerales y su explotación podría traerles una prosperidad de otro modo imposible. Según la Cepal, las exportaciones mineras provenientes del Mercosur ampliado pasaron de 13 mil millones de dólares en 2003 a 42 mil millones en 2009. Chile, Perú y Colombia, la minería representa hasta el 20 por ciento del producto bruto interno. En Brasil, que tiene la segunda compañía minera más grande del mundo, la producción minera llegó a unos 11 mil millones de dólares en 2011 –un veinte por ciento más que el año anterior—mientras que Ecuador proyecto un crecimiento del 5,35 por ciento en su PBI en 2012 como resultado de la extracción de oro y plata.


Pero la necesidad o la codicia llevan también a nuevos peligros. En Venezuela, comunidades de la frontera con Colombia que vivían de la agricultura y la pesca han descubierto una nueva, más redituable, fuente de ingresoscon la extracción artesanal de coltán –un mercado mundial de 150 millones de dólares anuales (la mayor parte va a China)--. Según una investigación del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, “niños, mujeres e indígenas nativos vulnerables quedan expuestos a peligrosas condiciones laborales, a contrabandistas de drogas y a bandas armadas que contrabandean el mineral (…) Los mineros dicen que aceptan los riesgos porque el coltán es una de las pocas opciones en esta región empobrecida.”

El consenso entre los expertos externos parece ser que los Estados exijan a las mineras que dejen parte importante de sus ganancias allí donde los minerales son extraídos, en lugar de llevárselo todo y sin pagar siquiera impuestos, y que fijen normas estrictas de control medioambiental. 

Suena difícil. Pero la discusión actual va más allá: es una discusión sobre el valor que se otorga al progreso. Tal vez sea, o no, posible. Pero ¿es deseable?

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